
Volvemos a la estación de autobuses de Oltursa caminando, ¡sin ningún miedo!, para ir hacia la ciudad de Nasca. Seguimos recorriendo el desierto árido durante aproximadamente 3 horas, pasando por algunos oasis con una vegetación inexplicable y unos paisajes increíbles.

Al llegar, nos recoge Juan Carlos, el que será nuestro guía privado los 2 días que permaneceremos en la ciudad. Nos lleva a nuestro alojamiento, el B&B El Jardín, una casa colonial fantástica, acogedora y con unos anfitriones inolvidables. Natalia, Remi y Fabián te hacen sentir como si estuvieras en tu casa. Son una família estupenda.
Un paseo hasta la plaza de armas, a 10 minutos del B&B, nos muestra el ambiente que se está viviendo en esa pequeña ciudad. Las fiestas patrias están a punto de cumplirse y hay un desfile de niños de distintos colegios que recorren la plaza con sus padres armados de cámaras de fotos y móviles. ¡Nos está encantando la ciudad, su ambiente y su gente!
Comemos en el restaurante La Via Encantada y probamos allí el famoso ceviche peruano. Muy buena carta y buenas cervezas también.
Después de comer, Juan Carlos viene a recogernos y nos guía hasta los 2 miradores de las líneas de Nasca. Unos geoglifos en medio del desierto que todavía envuelven unos misterios que nadie ha sido capaz de resolver. Figuras humanas, de animales o líneas geométricas, componen toda la zona que dibujaron los nascas entre el 100 d.c. y el 600 d.c. El porqué sigue sin poderse explicar.

Puedes ver las figuras en avioneta en una ruta de 30 minutos o desde tierra, en varios miradores habilitados. A nosotros nos pareció más interesante verlos desde tierra para poder estar más tiempo y con un guía local que nos explicara algo más de lo suele salir en las guías. Lo recomendamos.
Después de ver algunas de las figuras, visitamos el Museo Maria Reiche, la arqueóloga que las investigó y las conservó durante toda su vida. Juan Carlos la conoció cuando era pequeño y nos cuenta muchas curiosidades sobre ella. Una mujer muy fuerte y apasionante que dejó su Alemania natal para centrarse y divulgar al mundo lo que habían hecho los nascas, no sin mucho esfuerzo.
De vuelta a Nasca, cenamos en Mamashana, un restaurante con terraza, bien ubicado y con un buen surtido de platos y bebidas para escoger. El dueño es español y hace años que vive allí con su familia peruana. Estuvimos un buen rato de charla, conociendo los entresijos de la vida en ese país que jamás soñamos que nos impactaría tan positivamente.
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