Dejamos atrás la bella ciudad de Praga para ir a visitar el Campo de Concentración de Theresienstadt, en la ciudad de Terezín. Los nazis convirtieron la ciudad en un gueto y campo de concentración que servía de tránsito para luego deportar a sus prisioneros a campos de exterminio como el de Auschwitz.
Utilizaron el lugar como propaganda, forzando a los presos a simular un estado de bienestar en su interior que no existía, para justificar su ubicación ante los visitantes de la Cruz Roja. Rodaron incluso películas y luego deportaron a campos de exterminio a sus actores y directores.
Al entrar, una guía en español nos dirige por las diferentes casetas, salas, celdas y baños. Nos encierra unos minutos en una celda donde a penas cabemos 10 personas y nos muestra que, en ese mismo lugar, tenían encerrados a más de 100 personas.
Murieron unos 35.000 judíos en Terezín y pasaron por allí más de 150.000 presos. Cuando el Ejercito Rojo llegó, al finalizar la guerra, sólo se encontraron unos 17.000 supervivientes.
No hay palabras para expresar lo que se vive en ese lugar. A pesar de ver películas, series, fotografías y haber leído libros sobre el Holocausto, no puedes hacerte a la idea de lo que debió ser aquello, ni estando allí mismo. Durante toda la visita, lo único que puedes sentir son escalofríos. Silencio y respeto.
Tanto la ciudad de Praga como la de Terezín son una aproximación, en formato de bofetada, a la realidad judía. Visitar las sinagogas y el cementerio judío, así como aprovechar para comprar algunos libros de historias judías, es 100% recomendable y, me atrevería a decir, casi obligatorio.
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