
A primera hora cogemos el tren de regreso y nos bajamos en Ollantaytambo, un pequeño pueblo que construyó Pachacútec, así como un importante centro ceremonial. Allí nos recoge Isaac, nuestro guía privado que nos enseñará lo mejor del Valle Sagrado con el poco tiempo que tenemos disponible.
Al llegar al centro ceremonial, pronto nos damos cuenta que Isaac es un indio de un precioso pelo negro largo y gran mascador de coca, un tanto místico. Aquí empieza la parte más extravagante del viaje.
Observamos el Templo del Sol y los monolitos ubicados en la montaña, así como los vestigios de las antiguas casas. Un lugar muy recomendable y con unas vistas que nada tienen que envidiar a todo lo que hemos visto.

Isaac nos adentra por las callejuelas de la ciudad para llevarnos a una casa donde nos hace probar la chicha morada. Un vasazo de medio litro que tenemos que compartir sentados en una habitación con 2 señoras mayores y un obrero, mientras miran el fútbol en una pequeña televisión de los años 70.
La chica nos la sirven de unos bidones de plástico y brindamos con todos los que hay allí presentes. Mientras tanto, Isaac nos prepara unas hojas de coca para mascar. ¡Allá que vamos! Las hojas llevan, además, un potenciador alcalino para que de más efecto.
Seguimos el recorrido hacia Moray, mascando la coca (que no nos afecta lo más mínimo), para ver las terrazas agrícolas que allí se encuentran. Los incas utilizaban estas terrazas como centros de investigación de cultivos. Creaban diferentes microclimas en cada andén de la terraza y así podían cultivar diferentes especies. ¡Es una pasada de lugar!.

Al llegar, Isaac nos baja al centro de una de esas terrazas (a pesar de estar prohibido) y hacemos el ritual típico de ofrenda a la Pachamama con hojas de coca, abrazos incluidos y el humo de su tabaco. ¡Es una puta locura de hombre pero nos encanta!
Tras charlas muy interesantes con él y después de varias menciones a Pablo Neruda, nos lleva al siguiente lugar: las salineras de Maras. La salinera está compuesta por unos 3000 pozos que se originan en plena montaña. Las vistas desde allí valen muchísimo la pena.

Se aproxima el atardecer y hacemos un alto en el camino para ver la puesta de sol divisando las ruinas de Chinchero, a 3754 metros de altura. Es impresionante ver caer el sol sobre las piedras talladas de un muro inca imponente.

Se nos ha hecho extremadamente corto pero tenemos que despedirnos de Isaac. Le vemos irse mientras sigue mascando su coca. ¡Un tipo muy peculiar e interesante que nos dejará huella!
La noche la pasamos en el Hotel Terra Viva Cusco Centro a falta de habitaciones en el anterior hotel donde nos alojamos. Este hotel es de 10/10. Habitación muy amplia con una bellísima decoración, buen desayuno y atención excelente.
La cena, en Marcelo Batata! Era una pena irse de aquí sin volver a repetir en este encantador restaurante.
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